sábado, 13 de junio de 2009

POÉTICA Y POLÍTICA DEL DEZPLAZAMIENTO- NELI R.

POÉTICA Y POLÍTICA DEL DESPLAZAMIENTO*

por Neli Ruzic

Me considero migrante porque cambié de residencia, un lugar de origen por el otro del destino. En el lugar del anhelo por el lugar de origen o la reconstrucción de la identidad fracturada en el desplazamiento, la dimensión simbólica de la migración produce una nueva subjetividad la cual ni siquiera estaba inscrita en el cuerpo, ni en la memoria antes del desplazamiento, y por lo tanto, no imaginable como identidad futura antes del movimiento.

 

     Asumirse como migrante significa sumarse a una (trans)cultura, a una experiencia emergente y múltiple, pero también compartida. La imagen del migrante es multi-dimensional, con historias y razones complejas y diversas. La polisemia de esta figura es su condición constituyente. Se manifiesta como emergencia continua de las subjetividades transitivas. Aparte de los migrantes que dejan su país por razones económicas, en busca de mejores expectativas de vida, hay también otros que dejan su país por razones políticas, raciales, religiosas, medioambientales o circunstanciales: los exiliados, refugiados, expatriados, nómadas, las emigraciones golondrinas, migrantes voluntarios e involuntarios, o incluso quienes regresan a su patria (desexiliados) también conforman este flujo de los desplazados.

El desplazamiento tiene formas múltiples, y sin embargo en su sentido literal, no es exclusivamente físico, geográfico, también se puede desplazar sin moverse, un mismo lugar se desplaza en el tiempo. Nací en Yugoslavia socialista y migré a Croacia capitalista sin moverme. Una especie de migración histórica, ideológica y política. Después de la guerra de los Balcanes, por una serie de circunstancias, llegué a México. Esto fue una decisión voluntaria, pero no por eso menos compleja. La entrada en un nuevo sistema requiere una revisión sistemática y conciencia del migrante, que es contrapunctual. Entonces escribí: “Me estaba importando por un largo tiempo. Inmigrando. Lo que sigo haciendo. Llegué en partes. Otras partes llegaron después. Me reconstruí, como un cyborg.” (2000)

 

La idea de producción y experimentación sugiere las nuevas modalidades de subjetivación. Retomando las reflexiones de Joaquín Barriendos Rodríguez podríamos decir que mientras la identidad siempre está sujeta al contexto, y obtiene el sentido gracias a (o a pesar de) la relación con un contexto cultural específico, la subjetividad es un terreno flexible, en construcción, “un devenir en sí gracias a la presencia del otro”.

La dimensión simbólica del desplazamiento se confronta directamente con el descentramiento de varios elementos como son la identidad, la nacionalidad, la raza, el género, la pertenencia, el barrio, que anteriormente parecían fijos e inherentes al sujeto y a su adscripción a un territorio dado.

 

De este modo, sucede “una primera operación que consiste en des-pegar la subjetividad del sujeto, como señala Guattari, en disolver los lazos que son su atributo natural.”

La subjetividad se desnaturaliza, a través del proceso de inestabilidad en una relación íntima con la vida.

Es conocido que el espacio está estriado por las práctica y las relaciones sociales. Por lo tanto, la migración lejos de ser solamente un desplazamiento geográfico, es un desplazamiento de las representaciones sociales y de la autorepresentación individual. Las realidades que vivimos son construidas culturalmente, ya que nuestras experiencias se sostienen en una serie de conceptos culturales, aunque inestables y en confrontación constante proporcionan los marcos de la existencia. Cuando los sistemas referenciales pierden su sentido, se vuelve entonces necesario remover los “baños ideológicos” y examinar el tejido de la realidad. El cambio de sistemas ideológicos, políticos y culturales permite observar las construcciones por atrás del escenario. Esta experiencia genera una herramienta crítica para el análisis de la nueva cultura, así como de la cultura de origen.

Podríamos pensar entonces que “una cierta forma de migración sería esencial al pensamiento tanto en su forma colectiva como en su evolución individual”.

 

 A raíz del desplazamiento surgen las dudas sobre lo que ya está asimilado, sobre lo obvio, los cuestionamientos se manifiestan como una serie de temblores de la ficción de identidad, que abren grietas por donde se asoma lo otro. Por un lado, se produce la distancia de lo propio, una especie de exterior a sí mismo. Por otro lado, este hacerse otro a sí mismo conlleva la posibilidad, de situarse en el lugar del otro. El otro íntimo revela la salida de la propia identidad, demanda el retorno crítico sobre lo que uno cree ser y opera como condición de la relación con el otro.

    

Entendiendo que somos “el resultado de perpetuas transacciones con la subjetividad de los demás” sólo en el encuentro, en la dimensión del diálogo, sucede la construcción intersubjetiva de sentido. En el diálogo, entendido como aquello que trastoca al otro,

uno se arriesga, se expone y se vuelve vulnerable porque, como escribe Suely Rolnik,  “la fragilidad es el momento en el cual uno está aprendiendo del entorno de una manera que pone en crisis las diferencias.” Es en este encuentro intensivo, cuando el diálogo escapa al imperio de lo previsible, donde ocurre la disolución de sí mismo en la alteridad y uno deviene en multiplicidad de sí.

 


 

*Esto es un fragmento del texto que escribí a raíz del ensayo Relatos desde la lejanía, escrito junto

  con Marie-Christine Camus, en el marco del Seminario y Diplomado Tránsitos, Cenart, México, 2008/2009 y

  en relación al proyecto Traslados, coordinado por Gibrán Morales Carranza, Oaxaca, 2008/2009.

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